Una de mis definiciones favoritas de mindfulness o atención plena, de James Baraz, es:
“Mindfulness es simplemente ser consciente de lo que está sucediendo justo ahora sin desear que sea diferente; disfrutar lo placentero sin intentar aferrarte a ello cuando cambie (que lo hará); estar con lo molesto sin miedo a que siempre vaya a ser así (que no lo será).”
Hace unas semanas me comentaba una alumna que realizó el curso de mindfulness e inteligencia emocional que se encontraba, ante la vuelta al trabajo, más nerviosa, que estaba insoportable con todo y todos (incluso con ella misma), con un pellizco en el estómago, y que que no conseguía parar la cabeza (¿alguna persona se siente identificada?). Eso, pese a practicar a diario con diversas técnicas de meditación, lo cual le estaba haciendo plantearse la utilidad de todas ellas.
El de ella no es un caso excepcional. Son muchas las personas que, cuando se trata de lidiar con sensaciones desagradables, plantean la misma pregunta: ¿cómo voy a sentirme de esta manera, y NO desear que sea diferente? ¿Cómo voy a querer sentirme así?
Esta es una buena pregunta. Si ya puede resultar difícil el estar plenamente presentes en los mejores momentos de nuestra vida, ¿cómo lo hago para cultivar ese estado de presencia y ecuanimidad cuando las cosas se ponen verdaderamente mal?
Esta pregunta tiene mucho que ver con la resistencia. Pasamos gran parte de nuestro tiempo resistiéndonos al momento presente. «No quiero estar aquí. No quiero estar haciendo esto, o aquello. Ojalá estuviera en tal o cual sitio». Y llevamos esa resistencia incluso a nuestras prácticas de meditación (ya sea meditación formal, o cualquier práctica que implique el conectar con el momento presente, como el Qi Gong).
Podemos encontrarnos con temporadas en las que, durante nuestra práctica de mindfulness, nuestra atención va y viene continuamente. Es importante que sepamos que este divagar de nuestra mente es totalmente natural. Su función es la de generar pensamientos, al igual que el estómago genera enzimas digestivas.
También podemos tener otras fases en las cuales nuestras sesiones de mindfulness son geniales: nuestra atención permanece enfocada y, cuando se va, nos damos cuenta al momento y volvemos a fijarla en nuestra respiración. Incluso podemos llegar a pensar «soy bastante bueno en esto», y entonces es cuando nos apegamos a esta práctica. Creamos expectativas acerca de cómo debería ser.
Cuando pasamos por un período de confusión (de los tantos que nos vendrán durante nuestra vida), podemos notarnos más distraídos, incluso aburridos, y con un montón de «charla mental» durante nuestra práctica de mindfulness. Es entonces cuando podemos echar de menos esas «buenas» sesiones y desear que las actuales fuesen diferentes. «Desearía que mi mente estuviese más calmada. Ojalá no tuviese tantos pensamientos. Se supone que esto no debería ser así».
Se supone que esto no debería ser así
Esta es la sentencia que verdaderamente nos genera problemas. Aunque no creo que nuestras vidas estén predestinadas, que ciertas cosas tengan que suceder porque sí, sí que pienso que lo que nos sucede en este momento es el resultado de las miles y miles de decisiones y acciones que hemos tomado a lo largo de nuestra vida (sin tener en cuenta el azar, que también influye, obviamente). Por lo tanto, la manera en la están sucediendo las cosas en este momento es la que es, en función de cómo se han ido desarrollando todos los acontecimientos previos. Por tanto, así es como se suponen que deben ser las cosas ahora mismo.
Y aun así, nos resistimos. ¡Se supone que esto no debería ser así!
Cuando nos resistimos a los pensamientos, experiencias, emociones,… que surgen durante la práctica, o durante nuestra vida, estamos entrenando la resistencia, y no practicando mindfulness. La verdadera práctica consiste simplemente en darme cuenta de esos pensamientos, distracciones, del dolor, la tristeza, el enfado,… o cualquier otra cosa que esté sucediendo en el momento presente. Y para ayudarnos, podemos repetirnos mentalmente «En este instante, así son las cosas».
Según Baraz, no deberíamos pasar nuestra vida deseando que las cosas fuesen diferentes. Aunque lo contrario a «no desear que fuese diferente» no es «querer que sea de una determinada manera». Lo opuesto a «no desear que fuese diferente» es aceptar, esto es, no pretender cambiar las cosas como son ahora mismo; es aplicar la no resistencia.
Aceptar lo que nos está pasando en este momento no implica que nos guste, pero tampoco que tengamos que luchar contra ello. La lucha solo suele traer consigo un mayor malestar. La aceptación, sin embargo, es el primer paso para poder cambiar aquello que no me resulta agradable. En esto consiste esencialmente la ecuanimidad, una de las características que cultivamos con la práctica de mindfulness; no queremos que las cosas sean de esta manera, aunque tampoco interferimos en ellas para que sean de otra forma. Simplemente me siento con ellas, y las observo.
Por ejemplo, si notamos en nuestro cuerpo como el corazón se acelera, o como mi mente no para de pensar, o cualquier otro síntoma que me desagrade, puede serme de utilidad una variante de las palabras empleadas por Thich Nhat Hanh:
«Inspiro, y noto como mi corazón se acelera. Espiro, y acepto como mi corazón se acelera» o bien
«Inspiro, y observo mi mente agitada. Espiro, e invito a mi mente a descansar»
Una vez que he aceptado esas sensaciones físicas, y calmado mi sistema nervioso, entonces puedo preguntarme ¿qué hay detrás de esas sensaciones? Puede que la respuesta no llegue en el momento, o tal vez me dé cuenta de que hay miedo, o tristeza, o enfado. Puedo emplear entonces una frase como «Inspiro, y noto que me siento triste. Espiro, y abrazo con ternura mi tristeza». Conocer y aceptar que me siento triste (o enfadado, o lo que sea) me proporciona una información muy valiosa para liberarme de esa emoción, la cual es posible que llevase mucho tiempo conmigo.
Por tanto, el ser capaz de darnos cuenta de lo que está pasando en este momento, y simplemente observarlo, con curiosidad y aceptación, sin resistirnos a ello, es una simple aunque no sencilla práctica en la que nunca vamos a ser buenos; por eso precisamente seguimos practicando. Cultivar la atención al momento presente es una habilidad en la cual trabajaremos durante el resto de nuestras vidas. Por lo tanto, paciencia, y práctica. Recordad la frase del anillo del rey Salomón: ESTO TAMBIÉN PASARÁ.
Si quieres aprender a cultivar la atención plena, y conocerte un poquito más, apúntate a nuestra próxima edición del programa de 8 semanas de Mindfulness e Inteligencia emocional. Comenzamos a finales de septiembre.